Normalmente, el nombre de marca define a qué se va a dedicar, por ejemplo Nike, proviene del nombre de la diosa griega de la victoria y de las competiciones deportivas Niké.
Otras veces, son la unión de iniciales, por ejemplo IKEA que son las iniciales del fundador, la granja donde se crió y la localidad (Ingvar Kamprad Elmtaryd Agunnaryd ).
Y las más complicadas son las que aun seguimos buscando el significado oculto. Nos lo imaginamos como un grupo de policías investigando una banda y poniéndole un nombre estrafalario a la investigación.
¿Qué ocurre si cambiamos el nombre? Si nuestra marca es tan grande como las anteriormente mencionadas, si hacemos un cambio drástico, tendremos que acompañarlo con una campaña de marketing brutal porque nuestra mente asocia sin hacerse preguntas el símbolo de Nike con la marca y los colores de IKEA con la misma. Será complicado introducirse de nuevo en nuestras cabezas con otro nombre.
Si por el contrario, nuestra marca no es muy conocida, quizás el nombre defina mejor nuestros servicios, podamos renovar la imagen y llegar a más gente. Pero, esto no es un cambio que haya que hacerse a la ligera, *spoiler*, puede salir muy mal.
Ahora bien, si nuestra marca quiere expandirse a otros países o continentes, tendremos que estudiar cómo suena allí y sumergirnos en su cultura. Por ejemplo la marca de desodorantes AXE, en países de habla inglesa cambia el nombre a Lynx debido a su significado en inglés (AXE= hacha). No consideraban una buena estrategia mantener el nombre y decidieron cambiarlo para mejorar la imagen.
Esto puede ocurrir por su significado, por cómo suena, por la competencia etc.
En conclusión, un nombre puede parecer fácil, pero detrás de él hay muchas decisiones tomadas para llegar a un determinado público.